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David
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Baliza V16: el faro del control digital llega a tu coche?
Del triángulo a la baliza conectada
Adiós a los triángulos reflectantes, reliquias de una era analógica en la que la seguridad vial cabía en un maletero.
A partir de enero de 2026, todos los vehículos en España deberán llevar una baliza V16 conectada: un pequeño dispositivo luminoso que se coloca en el techo y comunica automáticamente su posición a la DGT cuando se activa en caso de emergencia.
La intención, al menos sobre el papel, es loable: evitar atropellos al no tener que salir del coche para colocar el triángulo.
Pero como suele pasar en esta era digital, cada paso hacia la modernidad viene con una sombra de vigilancia y una dosis de dependencia tecnológica que merece un examen detenido.
La nueva obligación legal
Desde el 1 de enero de 2026, solo serán válidas las balizas homologadas y conectadas a la plataforma DGT 3.0.
Los triángulos pasarán al museo de las señales. La multa por no llevar la baliza puede alcanzar los 200 euros, y su ausencia podría incluso afectar la cobertura del seguro en caso de accidente.
En teoría, no hará falta instalar ninguna aplicación: las balizas incluyen una eSIM que transmite por sí sola.
Sin embargo, algunos fabricantes ya “recomiendan” sus propias apps, abriendo otra puerta —más discreta— a nuestros datos.
Privacidad: geolocalización bajo el pretexto de la seguridad
Según la DGT, la baliza solo transmite su ubicación cuando se activa.
Pero en la práctica, cada vez que entra en funcionamiento, envía coordenadas, hora y estado a intervalos de pocos segundos.
Es un flujo constante de datos que, con el tiempo, podría convertirse en un registro detallado de incidentes y movimientos.
No hay pruebas de que la DGT o los fabricantes hagan un seguimiento continuo, pero la infraestructura está montada.
Y la historia tecnológica enseña una lección clara: toda red capaz de recolectar datos termina haciéndolo.
Por ahora, las únicas medidas reales para proteger tu privacidad son sencillas pero esenciales:
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Elegir una baliza homologada que garantice transmisión solo durante la emergencia.
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Evitar aplicaciones complementarias que pidan acceso al GPS del móvil.
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Revisar (si existe) la política de privacidad del fabricante y su tiempo de retención de datos.
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Exigir transparencia sobre el uso de la información enviada a la DGT.
¿Un radar encubierto?
Hoy, la V16 no mide velocidad ni rastrea trayectorias.
Pero en un país donde la vigilancia del tráfico avanza hacia la automatización total, el precedente es inquietante.
Hoy transmite tu posición cuando estás detenido; mañana podría registrar tus rutas, tus hábitos de conducción o tu velocidad media, si la red se amplía a otros sistemas del vehículo.
Por ahora, el marco legal no permite sanciones automáticas mediante la V16.
Pero las capacidades técnicas ya existen. Bastaría una modificación reglamentaria para que una “baliza de seguridad” se convirtiera en otro nodo del ecosistema de control.
La paradoja de la seguridad vial
Desde lo práctico, la baliza tiene ventajas evidentes: puedes activarla sin salir del coche, reduce el riesgo de atropello y mejora la visibilidad nocturna.
Pero su eficacia no es universal. En carreteras con curvas, cambios de rasante o exceso de luz, una señal sobre el techo puede pasar inadvertida hasta que ya es tarde.
Los triángulos, en cambio, alertaban desde más lejos.
Estamos cambiando visibilidad por conectividad, y autonomía por dependencia de batería y cobertura móvil.
Todo, en nombre de la “seguridad”.
Una reflexión más amplia
El problema no es la baliza, sino lo que representa: un paso más hacia la normalización de los objetos conectados que reportan sin que el ciudadano tenga control real sobre los datos que generan.
Vehículos, cerraduras, electrodomésticos, bombillas… todos hablan, pero casi nunca con nosotros.
Bajo el discurso de la eficiencia y la protección, se consolida una red silenciosa, difícil de auditar y aún más difícil de desactivar.
La V16 es solo un eslabón más, aunque su carácter obligatorio marca un punto de inflexión: la conexión deja de ser una opción y pasa a ser una imposición legal.
¿Puede ser que dentro de un tiempo nos demos cuenta, como ocurrió con las mascarillas, que detrás de estos productos obligatorios no hay más que el ansia de rapiña de algún ministro y sus amiguetes?
Quizá la pregunta no sea si la baliza V16 nos protegerá, sino de quién.



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